La incidencia de fracaso escolar entre los estudiantes andaluces es del 38%, superando así la media nacional estimada en un 30,8% y muy lejos del 14,9% de la Unión Europea. El fracaso escolar, cuyo origen radica en la gran pobreza y marginación social, forma parte de la cruda realidad a la que se enfrentan los niños de El Vacie, el poblado chabolista de Sevilla.
Por: Rachel Schmitt & Traducción: Alejandro Palomino Guzmán
“¿Hay niños pobres en tu país?” Es la pregunta de Nicolás*, de 10 años, tras explicar su rutina diaria: se levanta a las 8 de la mañana, coge el autobús, desayuna en el colegio y después se dirige a clase, todo ello solo. “Tengo clase de lengua y también estoy aprendiendo las tablas de multiplicar del cuatro al siete”, explica Nicolás. “Después del colegio voy a los talleres: carpintería, albañilería, fontanería y pintura”. Sus profesores le consideran muy trabajador, muy independiente y con una motivación y concentración excepcionales. Sin embargo, no le gusta nada vivir en El Vacie.
El poblado chabolista de El Vacie es el hogar de casi 200 niños que están integrados en diferentes colegios de Sevilla. No obstante, la asistencia irregular y el ambiente social problemático fuera de la escuela suelen llevar a una incidencia especialmente desafortunada: el fracaso escolar. Tal y como lo define Entorno Social, una publicación independiente que se ocupa de temas de bienestar social de actualidad, este problema es “la conclusión de una etapa determinada en el colegio en la que no se han alcanzado los requisitos mínimos, lo que se traduce en un fracaso en la consecución de la educación necesaria”.
La incidencia de fracaso escolar entre los estudiantes andaluces llega hasta el 38%, superando así la media nacional estimada en un 30,8% y muy lejos del 14,9% de la Unión Europea. El problema es más grave en lugares como El Vacie, donde hay niños que “prácticamente acaban su escolarización tras la educación primaria”, explica Nieves Lobato, profesora de apoyo dentro del programa de educación compensatoria en el colegio Pedro Garfias. Esto supone el abandono de las aulas a los 12 años o algo más, aunque la educación sea obligatoria hasta los 16.
“Vivo en una chabola pero poco a poco estamos convirtiéndola en una casa”, añade Nicolás. Hace tan sólo dos años tenía una vida distinta. Nicolás se trasladó de Galicia a El Vacie cuando su madre se casó con un hombre que vive aquí. “He ido a muchos colegios distintos”, explica Nicolás, “pero de todos mi favorito es el Pedro Garfias”.
Pedro Garfias es un centro público de educación primaria ubicado fuera del poblado chabolista, en la zona norte de la ciudad. De un total de unos 225 alumnos matriculados en el colegio, 12 vienen de El Vacie. A estos últimos se les considera parte de un grupo marginado de la sociedad, ya sean gitanos (españoles o portugueses) o familias desempleadas. En el Pedro Garfias reciben actualmente la ayuda de un equipo de profesores comprometidos y especializados. “Este colegio presenta un largo historial de asistencia a estudiantes socialmente desfavorecidos”, explica la logopeda del centro María José Luque Oliva. Nicolás es uno de los 12 alumnos que, según María José, “probablemente encuentre algo mejor algún día”. A pesar de su corta edad, Nicolás ya “comprende que la forma de salir de El Vacie es trabajando duro”, añade la logopeda.
Existen varias ONG que proporcionan asistencia a los niños de El Vacie y ayudan a María José y Nieves en su trabajo. La Fundación Gota de Leche da el desayuno diario a los niños alrededor de las 8:30 de la mañana. El desayuno de hoy “ha sido Cola Cao, cereales y un bocadillo que nos podemos llevar a clase”, explica Antonio, de 11 años. Antonio viene de una familia de 11 personas y todas comparten una casa que no tiene agua caliente.
Otra ONG, Movimiento por la Paz, el Desarme y la Libertad (MPDL), se encarga del transporte escolar de los niños que viven en El Vacie y actúa también de mediadora entre la familia y los profesores.
Algo que dificulta que superen los obstáculos dentro del aula es que fuera del Pedro Garfias, “hay muy poca constancia en el trabajo… Son incapaces de acabar sus deberes”, afirma Nieves. Incluso ha habido casos en los que “un día se llevan la mochila a casa y nunca vuelven”, explica María José. Progresan más en áreas como las matemáticas, que practican de forma más natural que la lectura o escritura, actividades que requieren de una mayor constancia. “La asignatura que más me gusta es gimnasia”, afirma Antonio, que está aprendiendo las letras del abecedario.
También existen presiones externas sobre los niños que les llevan al fracaso escolar. “Hay niñas que se casan a los 15 años… y abandonan el colegio a esa edad. Fuera de ese contexto podrían ser buenísimas estudiantes”, afirma María José.
La asistencia es también un asunto que complica el problema del fracaso escolar. La media de niños que han incurrido en absentismo escolar durante los últimos años se encuentra entre tres y siete del total de esos 12. “Ahora mismo tenemos dos estudiantes que faltan de forma reiterada sin justificación”, explica Nieves. “Uno no viene desde febrero, pero el otro está alcanzando un nivel de asistencia más normal”.
Ambas profesoras consideran el papel de los padres muy interesante en su trabajo con los niños de El Vacie. Tal como señala Nieves, “Conocemos prácticamente a todas las familias… Muchos niños vienen de familias de 9 hermanos o más, y todos han ido pasando por este colegio”. Muchos padres “vienen poco al colegio; a veces tenemos que hablar con ellos en la calle porque es pedirles demasiado que acudan al centro”, añade Nieves. Sin embargo, tanto Nieves como María José han observado un mayor apoyo por parte de las familias de los estudiantes más pequeños, en comparación con los de 15 años, por ejemplo. La mayoría de los padres “piensan que la educación de sus hijos es importante, pero no la aprovechan bien”, añade María José.
“Hemos decidido dedicar nuestro trabajo a este lugar… Tratamos de mejorar todo cada día”. Las profesoras concluyen con su lección principal para evitar el fracaso escolar: los niños necesitan sentirse realizados para adquirir valía y fortaleza. Necesitan sentirse importantes.
* Los nombres de los niños entrevistados en este artículo han sido cambiados a petición de sus profesoras.
Wednesday, May 12, 2010
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